POR: Juan Pablo Zumpano
Cada mañana al despertar siento un dolor, un vacío.
Esa sensación me agobia desde el penal convertido por Villamayor.
Todo ese sábado estuve muerto.
El domingo intenté sobreponerme, pero ese estado me seguía inundando contra mi voluntad.
El lunes en el trabajo, interactuando con mis compañeros, tuve que empezar a ponerle palabras a lo que había pasado.
Relataba como en tercera persona, evitando sumarle una carga emotiva a mis palabras, evadiendo.
Por la noche me animé a dar una vuelta por las redes sociales, y me encontré con sobradas declaraciones de agradecimiento y consignas heroicas que, si bien compartía, no estaban en sintonía con lo que yo sentía.
Seguía mal, muy mal...
Así fueron pasando las horas y poco a poco me fui haciendo amigo de esta frustración.
No logro descubrir que diferencia existe entre esta tristeza y otras tantas que viví desde el 80, año en el que arbitrariamente marco como inicio de este romance (aunque a través de mis ancestros pudiera remontarlo a los 50).
Solo sé que esta me dolió más.
La obligación de cumplir con mi aporte a nuestro sitio de internet, y el apoyo del resto del equipo periodístico, me están terminando de hacer cicatrizar la herida.
El tiempo no para, la sucesión de noticias que van surgiendo van renovando mi espíritu y ya, a cinco días, me animo a pensar en lo positivo de apuntar a la continuidad de este proceso.
En apostarle a la “base autóctona” que se formó
En insistir con la identidad de juego que, como “Mesías”, trajo Carlos Mayor a nuestra tierra tricolor.
Hay que levantar la cabeza y redirigir la mirada.
Ya no hay tiempo de lamentos…
Aunque todavía, cada mañana, en silencio y escondido en mi profunda intimidad, sobrevuela la fría y desoladora sensación.